jueves, 11 de marzo de 2021

Nuestro "alter ego"

En cada uno de nosotros habita un personaje famoso, ya sea de ficción o real. Puede ser un personaje literario, de cómic, un político actual o pasado, un cantante, un actor...

Entre las personas más o menos cercanas a mí, he reconocido a algunas Bernarda Alba, a un par de Donald Trump, a dos o tres periodistas de las revistas del corazón, de esos/as que anteponen la vida de los otros a sus propias vidas, siempre juzgando los actos de los demás, y casi siempre condenándolos sin ningún tipo de compasión.

También he visto a Calimero, aquel pequeño pollo negro de mirada triste aquejado de una sensación constante de incomprensión por parte de los adultos. Sus frases: “¡Esto es una injusticia!” o “¡los mayores no me entienden!” formaban parte de su repertorio de quejas constantes.

La ironía de Groucho Marx la he sentido en un compañero de trabajo; la ingenuidad de la segunda esposa de Max de Winter en una veinteañera, hija de una amiga; el humor de Chiquito de la Calzada en un tío mío, ya fallecido.

Si evaluamos nuestra conducta podemos vislumbrar nuestro alter ego.

Yo, si no fuese porque a mi alrededor todo es supercalifragilisticoespialidoso -y una no puede luchar contra sus instintos- , me pediría ser como Leia, la de Star Wars, una princesa reconvertida en General de la Resistencia. Hija de la senadora Padmé Amidala y del caballero jedi Anakin Skywalker -Darth Vader para los amigos-, hermana melliza de Luke skywalker, esposa de Han Solo y madre de Kylo Ren. ¡Menuda familia!

¿Puede haber algo mejor que comportarse como Leia? Bueno, a lo mejor sí. A lo mejor el maestro jedi Yoda tiene más empaque. La mítica frase “ hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes” me tiene ganada.

Vale, cuando deje de ver el mundo, por no entenderlo, como si todo fuese supercalifragilisticoespialidoso, me pediré ser Yoda -si mi Mary Poppins interior me deja, claro-.

Y tú, ¿con qué personaje te identificas?


jueves, 22 de octubre de 2020

EL UNICORNIO AZUL DE JUAN LUIS

Mi sobrino Juan Luis tiene ocho años. Hace unos días estábamos hablando sobre animales, y se enteró de que los unicornios no existían. Su sorpresa fue mayúscula. Más que sorpresa fue una desilusión impresionante, y como si le hubiese caído un jarro de agua fría, exclamó: "¿No existen lo unicornios?, Ohhh, ¡vivo en una mentira!"


Querido Juan Luis:

No vives es una mentira. Es cierto que cuando seas mayor verás la falsedad de muchas personas, conocerás la traición de aquellos en los que confiabas y muchas premisas que considerabas ciertas se irán desmoronando con el tiempo, para convertirse en sombras del pasado barridas por la realidad. También es cierto que los políticos mienten casi siempre; por eso te será muy difícil saber cuándo dicen la verdad -casi nunca, ya te lo voy adelantando-, y también son falsas -llamémosle manipuladas- muchas noticias de periódicos, televisiones o radios que leerás, escucharás o mirarás cuando seas mayor. Y esto es así porque cada radio, televisión o periódico sigue unas directrices políticas. Ellos cuentan los sucesos bajo el prisma de la fe de sus jefes. Por eso tendrás que echarle una ojeada a todos los medios de comunicación, pensar por ti mismo con la objetividad del suceso después de analizarlo y ver si todavía queda algún periodista libre pensante - en este momento este tipo de periodismo está en peligro de extinción-.


Queridísimo sobrino:

Aunque muchas historias, sonrisas, abrazos, alabanzas, relaciones -la lista sigue; es muy larga- sean mentira, las cosas más importantes de la vida no lo son. No voy a decirte cuáles son las cosas más importantes de la vida, por si me lo preguntas. En este mundo cada uno elige sus prioridades. Solo voy a darte un consejo: aunque el ser humano miente, -eso ya lo sabes-, no mientas a las personas que te importan. Respétalas y consérvalas como si fuesen un tesoro.

En cuanto a lo de la fantasía, no te preocupes por eso. Las hadas, las brujas, los superhéroes, los gnomos, los personajes de Star Wars y todos los demás seres mágicos engloban la mentira más pequeña de todas las mentiras. A ninguno les hace falta ser de carne y hueso para mantener la importancia que tienen en nuestros corazones. Son y serán por siempre nuestros compañeros de viaje.

Ahora, acércate. Voy a contarte un secreto...

Los unicornios sí existen. Incluso algún cantautor llora porque ha perdido el suyo. 

https://www.youtube.com/watch?v=nVAVVrySkfk

Busca el tuyo y sé feliz.

Te quiero.



jueves, 27 de agosto de 2020

ACÉPTAME. ADMÍRAME. APLÁUDEME.

Conozco personas brillantes, desde el punto de vista académico, que han adoptado una conducta autodestructiva, porque no se sentían lo suficientemente valorados ni admirados en su trabajo o en su vida diaria. Algunos de ellos, cuando esto pasa, optan por las adicciones, otros por el rechazo social y otros por la crítica hacia los demás.

En el fondo -me dijo un psicólogo amigo-, estas actitudes son un mecanismo de defensa ante la indefensión de tener una autoestima insaciable, que se nutre de los elogios ajenos. Así de triste.

A todos nos gusta despertar admiración entre los demás -le dije-;pues claro -asintió-, pero esa necesidad de notoriedad, de demostrar a los otros lo que sabemos, de creernos imprescindibles, puede arrojarnos hacia el abismo de la depresión si no conseguimos nuestro objetivo.

¿Cómo cambiar esto, entonces?

Una vez leí que un hombre -también vale para una mujer- con una buena autoestima no se engrandece cuando alguien lo adula, ni se deprime si alguien lo infravalora. Solo mira hacia su interior y aprende.

Facultar a los demás a que puedan manejar nuestra autoestima a su antojo, es muy peligroso para nuestra salud mental. Nuestro ego debe ser manejado por nosotros, con ayuda de nuestros familiares y amigos. ¡Y nadie más! No debemos permitir ninguna injerencia externa, ni para bien, ni para mal.

Usemos nuestra conciencia para evaluarnos, para admirarnos, para aprobarnos, suspendernos o perdonarnos. Para ello -me aconsejó mi amigo-, debemos alejarnos un poco del espejo del "yo", sin perderlo de vista. Entonces, veremos que entre el desapego completo del psicópata y el apego asfixiante del dependiente hay un camino intermedio: el de valorar las críticas y los elogios en su justa medida.

Esto ya lo sabía san Agustín cuando dijo: "Conócete. Acéptate. Supérate".

Lo sabía él y nos lo transmitió. Pues vamos a hacerle caso. A lo mejor el resultado nos sorprende...


jueves, 23 de abril de 2020

Buenos días, tristeza

Estoy triste. En estos dos últimos meses y a través de las noticias de la radio, prensa y televisión, los fallecidos por este nuevo virus- datos, los llaman- han ido forjando en la población, sentimientos de desesperanza dificiles de erradicar. La tristeza se ha instalado en mí como un okupa al que no puedo desalojar. El sufrimiento de las personas enfermas, el miedo al contagio, la sensación de inseguridad al ir al supermercado, a la farmacia, o simplemente a respirar, impregna las calles con el olor de lo efímero, hasta convertirlas en una ciudad huera. Solo el sonido de unos aplausos a las ocho de la tarde rompen la monotonía de los días, que pasan como hojas caídas de un calendario intrascendente.
Conforme pasa el tiempo, ni siquiera los aplausos, que inicialmente animaban a los sanitarios a continuar la lucha, son útiles. Ya no podemos aplaudir. Hay demasiados muertos, y no, no son datos. Esas personas muertas tiene nombre y apellidos, una historia, una familia, unas circunstancias únicas, a las que la parca cortó la línea de la vida con unas tijeras llenas de coronavirus. Y nosotros, los fuertes, los valientes, los "héroes" tenemos que seguir luchando con una coraza de psicopatía para no caer rendidos ante tanta desesperación. Lo haremos, claro, para no caer rendidos... y sin embargo, no nos digáis que todo va a salir bien, no pongáis esa maldita canción de las 8:14 en Onda Cero llamada Facciamo finta che, -¡cómo la odio!- porque no puedo fingir que todo va bien. No, fingir no es la solución. Hay que llorar a los muertos, hay que asumir la frustración por la falta de previsión de esta pandemia, hay que dejar que el corazón duela, y por supuesto, alegrarse cuando las personas enfermas se han curado. Son muchos, cada día más, afortunadamente. 
El tiempo pasará, diluirá el horror de estos meses. El futuro llegará con ilusiones nuevas, con proyectos apasionantes, con canciones del verano y cenas de Navidad. Pero hoy aún es hoy. Hoy no quiero repetir aquellas palabras de García Lorca: "He cerrado mi balcón porque no quiero escuchar el llanto". No. Yo quiero abrir mi balcón, quiero escuchar el llanto del que sufre y llorar con él. 
Mañana seguiré trabajando. Lucharé con mis mejores armas y me cubriré, de nuevo, con una coraza de psicopatía para no caer rendida. Continuaré así, día tras día, hasta dejar este presente en un pasado sin retorno, lleno de recuerdos amargos. La alegría de los curados será mi alegría. En cuanto a los que se fueron casi sin despedirse, ésos tienen todas mis condolencias. Descansen en paz.

jueves, 30 de enero de 2020

Rendirse con honores


Raimundo Soria fue mi tutor de residentes durante la especialidad que cursé en Albacete- Medicina Familiar y Comunitaria- los tres últimos años del siglo XX. La primera vez que lo vi, pensé: "Qué hombre más serio", y sin embargo quise que él fuese mi tutor porque decían que era muy competente como médico. No pude elegir mejor. Durante todos estos años he conocido a muy pocos médicos tan comprometidos, tan honestos y tan admirables como él. Me enseñó no solo a hacer historias clínicas exhaustivas, a valorar al paciente en su conjunto y a hacer diagnósticos diferenciales; también me enseñó a manejarme como persona, a conocerme a mí misma y me dio pautas impagables de cómo mejorar mi inteligencia emocional que por aquella época estaba bastante inmadura.
Raimundo Soria tenía una visión de la vida mucho más transcendental que la mayoría de nosotros. El destino, caído sobre él como un jarro de agua fría, no le fue especialmente favorable. A pesar de eso, no se regodeaba en contar sus "penas". De hecho, no hablaba mucho sobre sí mismo, y cuando lo hacía daba pequeñas pinceladas de su estado de ánimo. Los fármacos que tomaba para no rechazar el trasplante de corazón implantado en su cuerpo desde que tenía 26 años, no le sentaban muy bien, aunque él nunca se quejaba. A sus cuarenta años no se había casado nunca ni se le había conocido novia estable. Una vez me dijo que era consciente de su finitud. "Mi mujer debería acostumbrarse a vivir sin mí. Sería una viuda muy joven"- reía al contármelo. Yo miraba con aprecio aquel aspecto quijotesco, su nariz afilada y su voz pausada, que eran su seña de identidad. En esa época, yo tenía lo mejor de la juventud, y sin pretenderlo puse en su vida un poco de aire fresco, a veces, demasiado aire fresco. Mi impetuosidad, mi alegría coplera o el ponerme el mundo por montera, llegaba a desequilibrar a mi tutor que con mucha paciencia intentaba reconducir mis emociones histriónicas. Nunca hay que rendirse- le decía yo cuando algo no me salía bien-. "Sé fuerte para que nadie te derrote, noble para que nadie te humille, y tú mismo para que nadie te olvide". - alzaba la voz con orgullo.
Aquellas frases de autoayuda estilo Paulo Coelho me las había aprendido de memoria. En esa época yo concebía la vida como si ésta fuese una esclava del ego. Años después he comprendido que el ego es el verdadero esclavo de la vida. Ya me lo había dejado entrever mi tutor, pero fue el tiempo el que me lo demostró.
Cuando Raimundo Soria estaba a punto de morir, rectifico, cuando Raimundo Soria vio que ya no había solución para él -le habían amputado ya las dos piernas y tenía demasiadas secuelas por los efectos secundarios de los fármacos- se rindió. Ingresado en el hospital decidió dejar de tomar los inmunosupresores, y le dijo a su amigo que necesitaba morir con dignidad, sedado y tranquilo. Yo había hablado horas antes con aquel amigo. -Si se despierta- le dije- dile que he venido a verlo. Vale- me respondió- Yo se lo diré.
No fui a su entierro. Estaba demasiado aturdida y dolorida como para asumir aquella realidad. Incluso hoy en día, más de quince años después, sigo dolorida. Cuando hago memoria y recopilo todo lo que aprendí de él, me doy cuenta de la suerte que tuve al cruzarme en su camino. Si lo pienso bien, probablemente una de las cosas más importantes que me haya enseñado, ha sido a saber rendirme con honores cuando no he podido cambiar la realidad. Esa lección, mi querido tutor, mi querido Raimundo, la llevaré conmigo ,al igual que tu recuerdo, marcado en mi memoria con letras de oro. Las mismas con las que llenaste de vida aquel corazón prestado, y las mismas con las que la diosa Atenea escribió tu nombre en las estrellas, el primer día del resto de tu eternidad.


jueves, 5 de diciembre de 2019

La soberbia de la juventud


Esta mañana estaba manteniendo una conversación muy interesante acerca de la juventud, la educación y los modales, cuando mi interlocutor comentó la conducta de una muchacha que había tenido un comportamiento poco elegante. Concluyó con una frase lapidaria: "es la soberbia de la juventud"- exclamó.
Es cierto -pensé-, la juventud está hecha de soberbia, de impulsividad, de metas imposibles, de pasiones desgarradoras, de irrealidad, pero sobre todo, está hecha de eternidad. Salvo aquellos con la autoestima muy baja -que los hay, desgraciadamente-, cuando somos jóvenes nos creemos irremplazables, irrepetibles y casi, casi inmortales. La soberbia es uno de los sentimientos que se va diluyendo con el paso del tiempo, al igual que esas otras creencias que acabo de nombrar en el párrafo anterior. Y es que el paso del tiempo nos ancla en el suelo y nos llena de realidad. ¡Maldita realidad!- gritamos. Pero nadie nos oye. Una vez perdida la frescura de la juventud, ya nadie nos devuelve nuestra soberbia -ese sentimiento de valoración de uno mismo por encima de los demás- que diría Wikipedia, necesario para ganar cuando se compite en diferentes ámbitos sociales o laborales. Ya nadie nos devuelve la sensación de inmortalidad, y es en ese momento cuando empezamos a notar la muerte cerca, quizá demasiado, sin poder remediarlo. Entonces no nos queda otra que aceptarla a nuestro lado, exactamente igual que a la madurez, esa compañera incondicional que nos escoltará hasta ese momento agonizante sin marcha atrás, para entregarnos a otra vida... ¿o será la misma de nuevo?

jueves, 21 de noviembre de 2019

La asertividad y Lars von Trier


Las películas de Lars von Trier pueden resultar brillantes para unos y un bodrio para otros, pero de lo que no hay duda es de que a nadie dejan indiferente.
Hace unos meses, tras ver Dogville mis sensaciones fueron encadenando diferentes matices, a cada cual más extraño. Pasé de la sensación victoriosa de una venganza conseguida, al desasosiego de la falta de asertividad, pasando por la desilusión que producen las personas cuando confías en ellas y te defraudan.
Me di cuenta de que, como expondría la protagonista para justificar sus actos finales, muchas personas confunden bondad con debilidad, y como dice el refrán " les das una mano y te agarran todo el brazo". Y es que cuando no ponemos límites, somos barridos por la gente aprovechada.
Escribiendo esto me he acordado de una canción de Juanito Valderrama que decía. "dame, dame, dame, van diciendo las personas. Ay qué pena qué penita que ninguna dice toma". El maestro de la canción lo sabía, como lo sé yo. El ser humano busca aprovecharse del otro, y para conseguir su propósito rentista, intenta empatizar, de forma falsa con sonrisas forzadas, haciendo como que le importa el otro. A veces ni lo intenta. A veces, recibes una llamada que hace años no recibías solo porque esa persona necesita que le hagas un favor, o porque te puede usar de alguna manera.
Realmente, solo la familia de uno y los pocos, casi ningún amigo que tenemos, se salvan de la quema. Por eso es tan importante la asertividad. No dejar que nadie pisotee nuestra dignidad, no dar más de lo que podemos dar a quien no se lo merece, ser respetuoso sin dejarnos perder el respeto, son máximas a seguir en nuestra vida si queremos seguir manteniéndonos en pie.
No se trata del "te ayudo si me ayudas", "esto por lo otro", "te doy si me das", o algo así. Se trata más bien de mantener una actitud de buena disposición, siempre y cuando no perjudique tu vida.
Un método efectivo para continuar en el ring con los menores golpes posibles, sería poner un muro de contención a los que no nos importan. Ser asertivo puede ser una medicina para subir nuestra autoestima. Un NO a tiempo, con buena cara, disposición y educación, nos evitará sufrimientos innecesarios, porque reconozcámoslo: el masoquismo fuera de la cama es una pérdida de dignidad, y el cuero negro con el látigo está muy bien en las películas - me refería a CatWoman, no me se seáis malpensados-.
En definitiva, esta vida es una carrera donde no se trata de correr más rápido, sino de saber correr y llegar a la meta con las menores lesiones posibles. A ser posible, las del alma que son las que más duelen.